En un inédito e increíble experimento científico, dos físicos y una reportera viajan juntos en una máquina maravillosa que se desplaza a través de agujeros de gusano del espacio-tiempo. Su objetivo: Comprender e investigar más a la humanidad para mejorarla, así como generar herramientas tecnológicas más avanzadas y conocimiento. (Amigos lectores, empleen su imaginación y ¡acompáñenos semana a semana!)
Ciudad de México, a 28 de mayo de 1942.
Esta vez nos habíamos encontrado un traslado sin contratiempos en nuestra aventura, pero nos había dejado una reflexión sobre la acción dilatatoria del tiempo en nosotros mismos, siendo cronoviajeros. Para nosotros, el tiempo nunca sería igual que en la Tierra. Por cada viaje que hacíamos y por acción de las altas velocidades y las grandes fuerzas gravitatorias, el tiempo ocurría “normalmente” en nuestros cuerpos, pero muy velozmente para nuestro planeta, por nuestro estado de observadores en movimiento; estas consecuencias las expondrían las brillantes teorías de la relatividad general y especial del físico alemán Albert Einstein. –¡No cabe duda que los alemanes han cambiado el mundo!– pensaba. Esta vez, seríamos testigos de cómo el mundo transformaría su faz a partir Alemania… pero de la Alemania nazi y su invasión a Polonia iniciando la Segunda Guerra Mundial en 1939.
A partir de entonces el mundo cambiaría militar, científica, tecnológica, económica, política y socialmente. Las grandes potencias Aliadas y las del Eje serían parte de una atroz y enorme guerra que devastaría muchas ciudades del viejo continente y Asia, matando a millones de personas y demostrando la gran capacidad destructiva de la humanidad. La lucha se expandiría más allá de las fronteras y los océanos, a tal grado que involucraría a gran parte de las naciones del mundo –México no sería la excepción– para frenar el Deutsches Reich (Imperio Alemán) marcando a los seres humanos por los más terribles hechos por y contra sí mismos.
Llegaríamos con mucha anticipación a la capital mexicana, a la 1:00 p.m. del miércoles 27 de mayo. En este momento, la Ciudad de México sería ejemplo de la modernidad, el crecimiento industrial y la naciente democracia en Latinoamérica. El Centro Histórico nos presumiría su rica gama arquitectónica conformada por edificios barrocos y algunos neoclásicos del periodo colonial, el eclecticismo y el estilo afrancesado del periodo porfiriano, y el art nouveau, el funcionalismo y el art deco de principios del siglo XX. En las calles percibíamos una relativa calma en las señoras y señores con sombreros que caminaban, los trayectos en los camiones y automóviles anchos y largos, y el andar económico de los almacenes y tiendas departamentales, aunque veíamos cierta inquietud.
Y no era para menos. El presidente Manuel Ávila Camacho declararía la guerra a Alemania, Japón e Italia al día siguiente luego de que dos submarinos pertenecientes al Deutsches Reich, el U-564 comandado por el teniente de navío Reinhard Suhren y el U-106 dirigido por el también teniente Hermann Rasch, derribaran alevosamente dos importantes buques petroleros mexicanos, Potrero del Llano y Faja de Oro, el 13 de mayo en Florida y el 21 de mayo muy cerca de Cuba, respectivamente. Este hecho fue considerado por el gobierno mexicano como una lamentable agresión ante su neutralidad, además del asesinato doloso de 23 tripulantes y la completa omisión e indiferencia diplomática por parte de las potencias del Eje ante los atentados. Si bien México no tenía ni el armamento ni los recursos para integrarse a una guerra de magnitud mundial, colaboraría ayudando a su vecino del norte, Estados Unidos.
La relación entre México y Estados Unidos había sido tensa después de la revolución mexicana hasta todavía el cardenismo por la nacionalización del petróleo en 1938. Sin embargo, mejoró considerablemente con el gobierno de Ávila Camacho y el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, quienes el 7 de noviembre de 1941 ya habían firmado un acuerdo o Convenio del Buen Vecino (Good Neighbor Agreement), donde México pagaría los daños causados a la Unión Americana por su revolución y por la expropiación petrolera, aunado a un préstamo que modernizaría al Ejercito mexicano. Desde luego México también se beneficiaría de esto, solicitaría mejorar las condiciones de trabajo de los braceros mexicanos y sus exportaciones al país norteamericano contribuirían al crecimiento y la estabilización de su economía, reflejado en el desarrollo económico del entonces Distrito Federal.
Tras el breve recorrido y maravilloso en éste, iríamos a las 4:00 p.m. a las instalaciones del Palacio Legislativo de Donceles –un hermoso edificio neoclásico levantado sobre seis columnas jónicas, con puertas y acabados de hierro, y un frontispicio realizado por el artista francés Boutry– donde presentaríamos nuestras credenciales de periodistas para atestiguar al día siguiente cómo el presidente Ávila Camacho informaría el estado de guerra entre México y Alemania, Italia y Japón, en una sesión extraordinaria e inédita para la historia contemporánea del país azteca.
Logrado esto y esperando el importante momento, amanecería el jueves 28 de mayo. Desde las 6:30 a.m. las calles alrededor del Palacio tendrían una gran algarabía, agitación y expectación. Días antes, los mexicanos habían protestado en el zócalo en contra de las acciones del Eje sobre los barcos petroleros, ondeando la bandera de Estados Unidos y la de México. Vallas de policías y soldados impedían el paso a las personas esperando ver o escuchar al presidente. En las cornisas de los edificios y en los postes, el gobierno había encaramado bocinas para que todos pudieran escuchar el mensaje de su líder –desde luego se oiría en la radio nacional– y en menos de dos horas no se daba un paso, ¡había gente en la azotea!, ¡era increíble! Nosotros, a las 9:00 a.m. habíamos ingresado al Palacio de Donceles junto con otros periodistas, tanto de medios nacionales e internacionales, y estábamos listos para la declaratoria del presidente.
Entre tanto, a las 10:30 a.m. se abría la sesión del Congreso General con la asistencia de 130 diputados y 53 senadores, y 5 minutos antes de las 11:00 a.m., el ciudadano Aurelio Pámanes Escobedo, el Presidente de la Comisión Permanente, daría inicio a la sesión extraordinaria del Congreso de la Unión. Exactamente a las 11:00 a.m. en punto, llegaba al salón de sesiones, el esperado personaje, el presidente de la República y general de división Manuel Ávila Camacho, quien tomaba la tribuna entre numerosos aplausos y los flashes de las cámaras, las cuales también enfocaban por segundos al expresidente de la República y general, Lázaro Cárdenas.
Cuando el silencio se hizo presente, comenzó leyendo su informe: “Honorables miembros del Poder Legislativo. Me presento a cumplir, ante ustedes, el más grave de los deberes que incumben a un jefe de Estado: el de someter a la Representación Nacional la necesidad de acudir al último de los recursos de que dispone un pueblo libre para defender sus destinos…”
Comentaba los lamentables hundimientos de los buques petroleros y el reclamo que México había hecho a las potencias del Eje, las cuales no habían dado una respuesta diplomática; las agresiones del Imperio del Japón sobre Pearl Harbor en diciembre del año pasado, la unión de los pueblos panamericanos contra los países totalitarios y que existía desde el día 22, del presente mes, un estado de guerra en la nación. En ese momento veíamos como muchos legisladores se levantaban y aplaudían. El discurso seducía a los oyentes; en palabras del presidente, México debía defender la soberanía y el honor, la seguridad nacional, la emancipación política y la libertad de las pequeñas democracias del mundo. Nuevamente los asistentes aplaudían y reconocían el gran valor del presidente –¡Y vaya qué sí! Independientemente de apoyar la guerra del país vecino, ¡yo no me atrevería ni aventarle bolitas de papel a las potencias del Eje!– pensaba.
Al finalizar su discurso, el presidente del Congreso de la Unión, Emilio Gutiérrez Roldán, le decía en respuesta que reprobaba las agresiones internacionales de las dictaduras y totalitarismos recordando que la muerte de los tripulantes no pasaría desapercibida, que el Poder Legislativo siempre había apoyado la paz pero que, ante los agravios mencionados, le otorgaban las facultades necesarias para defender a la Patria sabiendo que se haría con amor, honor y responsabilidad. Por último, mencionaba que su entereza los tonificaba y que al igual que él, “serían dignos hijos de su Patria y merecedores del nombre de Mexicanos”. Acabado esto, sonaban con toda fuerza los aplausos… Mis compañeros y yo sólo nos observábamos entre sí guardando silencio y un infinito respeto, –¡creo que le hacen falta este tipo de hombres, convencidos de sus ideales, al México de ahora!– reflexionaba.
Seguían los flashazos y los aplausos, cuando a las 12:34 p.m., se retiraría el presidente Ávila Camacho con su comitiva y acompañantes particulares, quedando menos gente poco a poco en el salón de sesiones y restableciéndose la normalidad en las actividades cotidianas del Congreso. Al salir hacia la calle de Allende, comenzaba la gente a replegarse a la par que murmuraban los fuertes acontecimientos que había desatado la guerra de Adolf Hitler y lo que podría sucederle a la nación mexicana por efectos de ésta. Había ciudadanos preocupados y otros confiados en la seguridad, control y convicción que mostraban el líder del Poder Ejecutivo y, los diputados y senadores del Poder Legislativo. No podíamos decirles que sí habría un poco de tensión en las principales ciudades, especialmente la capital, donde se realizarían simulacros de bombardeos, apagones prolongados y la institución del servicio militar obligatorio. Afortunadamente, las cosas no se agravarían, pero en días posteriores, otros cuatro buques petroleros serían derribados. Asimismo, México tendría una muy destacada participación en la batalla de Luzon, Filipinas, con el Escuadrón Aéreo 201 FAEM (Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana), al mando del coronel Antonio Cárdenas Rodríguez, el 24 de julio de 1944 en coordinación con el Grupo 58o. de combate de la 5a. Fuerza Aérea de los Estados Unidos.
Finalmente, la Segunda Guerra Mundial terminaría el 2 de septiembre de 1945 con la victoria de los Aliados, sin embargo con un mundo fragmentado y destrozado, el cual tendría el nuevo reto de reconstruirse y curar sus heridas en muy extensos periodos de tiempo, para algunos imborrables y para otros la peor catástrofe que la humanidad pudiera hacerse a sí misma. A las 3:00 p.m. comeríamos platicando el mismo tema y a las 4:00 p.m. tomaríamos el artefacto maravilloso del tiempo para seguir viviendo la historia, los hechos y las experiencias más significativas de las sociedades. El conocimiento es infinito y las posibilidades que nos ofrece son únicas. Continuemos aprendiendo y viajando en la vasta enciclopedia de la vida. Los invito a que me sigan la próxima semana. Au revoir!
British Pathé. Mexico Declares War On Axis (1942) (video). Disponible en el portal de Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=aUPc3kDAUAs
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* La presente crónica está basada en documentos e investigaciones de hechos reales; los elementos ficticios son sólo secundarios para justificar lo real. La bibliografía consultada se encuentra al final del texto.
Este texto se publicó en estas páginas originalmente en 2017.
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