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De la Segunda Guerra Mundial a la Guerra Fría: un vistazo al pasado

Sumérgete en el apasionante mundo de la Guerra Fría con un extracto del primer capítulo de Historia del presente: de la Guerra Fría al mundo de hoy (Pinolia, 2023), en el que Manuel Montero explora los eventos y tensiones que marcaron nuestro día a día desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad.

La Guerra Fría: descubriendo un extracto del primer capítulo de 'Historia del presente'

La Guerra Fría dejó una profunda huella en la historia mundial del siglo XX. Foto: Istock

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La Guerra Fría, uno de los períodos más tensos y significativos del siglo XX, marcó un punto de inflexión en la historia mundial. El término se refiere a la confrontación ideológica, política y militar que se produjo después de la Segunda Guerra Mundial entre dos superpotencias: Estados Unidos y la Unión Soviética. Mientras que la Segunda Guerra Mundial había unido a estas naciones contra un enemigo común, las diferencias ideológicas y los intereses divergentes rápidamente las convirtieron en rivales.

El comienzo de la Guerra Fría se remonta a los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial. A medida que las potencias aliadas liberaban Europa del dominio nazi, surgieron tensiones entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Las diferencias ideológicas eran evidentes: el sistema capitalista y democrático de Estados Unidos se enfrentaba al sistema comunista y autoritario de la Unión Soviética. Estas diferencias se intensificaron a medida que ambos países buscaban expandir su influencia en el mundo y promover su propio modelo político y económico.

Se caracterizó por una serie de conflictos indirectos y competencia por la hegemonía global. Uno de los primeros episodios significativos fue la división de Alemania y Berlín en sectores de ocupación controlados por las potencias vencedoras. El bloqueo de Berlín por parte de la Unión Soviética en 1948 y la subsiguiente respuesta de Estados Unidos y sus aliados con el puente aéreo de Berlín demostraron la tensión creciente entre las dos superpotencias. Pero no se limitó solo al ámbito militar. También se libró una batalla por la influencia política y económica en todo el mundo. Estados Unidos y la Unión Soviética competían por aliados y buscaban extender su esfera de influencia a través de ayuda económica, asistencia militar y propaganda. Esta lucha se manifestó en conflictos regionales y guerras por procuración en lugares como Corea, Vietnam, Afganistán y América Latina.

Si quieres adentrarte aún más en los entresijos de la Guerra Fría y comprender su impacto en el mundo moderno, te recomiendo leer un extracto del primer capítulo del libro Historia del presente: de la Guerra Fría al mundo de hoy, de Manuel Montero, publicado por la editorial Pinolia

En este libro, Montero ofrece una mirada lúcida y reveladora a los principales acontecimientos históricos desde mediados del siglo XX hasta nuestros días. Explora los orígenes de la Guerra Fría y profundiza en las rivalidades políticas, los conflictos regionales y los cambios socioeconómicos que moldearon el mundo tal como lo conocemos en la actualidad. Te invitamos a sumergirte en esta apasionante lectura y reflexionar sobre los desafíos presentes y futuros que enfrentamos como sociedad global.

La Guerra Fría

El arranque del periodo histórico que configura nuestro presente se sitúa en el final de la Segunda Guerra Mundial. La victoria de los aliados sobre Alemania y Japón constituye el acontecimiento fundacional de la nueva época. Los sucesos bélicos de los años 1939-1945 cambiaron el reparto internacional del poder. Surgieron dos superpotencias, un nuevo concepto que acabó con el predominio de las grandes potencias europeas. Además, la guerra indujo profundas transformaciones en el modelo político, social y económico. Tras la contienda se desmoronaron las estructuras imperiales europeas construidas durante el siglo XIX, comenzó la descolonización, surgió un mundo bipolar y apareció el llamado tercer mundo, que desempeñó un papel propio, distinto a la subordinación histórica de los países que lo formaban.

Las secuelas de la Segunda Guerra Mundial

La Segunda Guerra Mundial fue el mayor desastre humanitario de la historia. Abrió un periodo que se construiría desde las cenizas de la catástrofe. Las pérdidas humanas tuvieron una dimensión brutal, sin parangón en otros conflictos. Cálculos aproximados señalan entre 50 y 60 millones de muertos, aunque es muy difícil precisar por problemas de fuentes en algunos países. Las pérdidas calculadas para la Unión Soviética —el país con mayor mortandad— oscilan entre 21 y 27 millones, y las de China entre 9 y 20. Los más afectadas en términos relativos fueron China (quizás el 22% de la población), Polonia (20%), la URSS (14%), Yugoslavia (11%) y Alemania (10%). Japón (3%), Gran Bretaña (1,5%) y Francia (1,5%) sufrieron también grandes pérdidas y fueron varios los países que contaron los muertos por centenares de miles de personas. 

La magnitud de estas cifras se debió a la ferocidad de los combates en el este de Europa y al concepto destructor de la invasión de Hitler. Las persecuciones sistemáticas, en particular el Holocausto, exterminaron entre 5 y 6 millones de judíos, y la conversión de la población civil en un objetivo de la maquinaria bélica fue un hecho novedoso que aportó en torno a la mitad de las bajas. 

La tragedia fue aún mayor. El número de heridos superó los 35 millones, a los que hay que sumar la dramática experiencia de los deportados, evacuados y refugiados. Los movimientos migratorios en la zona central y oriental de Europa modificaron completamente el mapa étnico. En torno a 50 millones de personas perdieron sus hogares, algunas de forma permanente. Unos 10 millones de alemanes tuvieron que dejar Checoslovaquia, Hungría, Prusia Oriental, etc., lugares que desde el medievo habían recibido migraciones germánicas. El cambio del mapa de Polonia, con la pérdida de territorios a favor de la Unión Soviética y ocupación de otros que habían sido alemanes, llevó a trasvases demográficos. Algunas minorías no eslavas fueron desplazadas a Siberia, por la acusación estalinista de haber colaborado con los alemanes. Surgía un nuevo mapa europeo y los trasvases de población adquirieron dimensiones desconocidas. 

Las consecuencias materiales de la guerra fueron también descomunales. Numerosas poblaciones quedaron destruidas. En Alemania y Japón buena parte de las ciudades eran en 1945 ruinas y cenizas. Las mayores pérdidas se registraron nuevamente en la Europa Central y Oriental (Polonia, Ucrania, Bielorrusia, Rusia, Alemania), aunque fueron ostensibles en todos los escenarios bélicos. Berlín quedó reducida a escombros, lo mismo que Dusseldorf y Dresde, así como Varsovia, Coventry, Birmingham o Rotterdam. Hiroshima y Nagasaki, destruidas por sendas bombas atómicas, inauguraban una nueva forma del horror. 

La economía de amplias zonas estaba al borde del colapso, tanto por el esfuerzo bélico como por la destrucción de infraestructuras de transporte, nudos de comunicaciones, redes ferroviarias y gran parte de la flota mercante. Las cifras son imprecisas, pero cabe estimar que la producción de alimentos se había reducido a la mitad y la industrial a un tercio, aparte de que la estructura productiva se había reconvertido para abastecer la guerra. Al llegar la paz, muchas industrias alemanas fueron desmanteladas y trasladadas al este como botín de guerra. El sistema bancario, por su parte, estaba completamente desarticulado. Cuentan las crónicas que, tras la llegada de los ejércitos victoriosos y el paso del frente, en la Europa del Este o en Alemania se apoderaba de las ciudades un silencio espeso, tras el estruendo agotador de los bombardeos, el traqueteo del ejército y los combates. Fuese liberación u ocupación, al silencio le acompañaba la incertidumbre del futuro y la amenaza del hambre, la escasez y el frío. Llegaba la paz, pero también una vida cotidiana en condiciones límite, con racionamiento de alimentos y frecuentemente a la espera de las ayudas que llegaran de los vencedores, si es que decidían darlas. 

Fue trascendental asimismo la crisis de conciencia que se derivó de la contienda. La brutalidad de la guerra había hecho que se resquebrajaran las normas sociales. La cotidianidad de la muerte violenta y de los abusos sociales o étnicos, la incapacidad de los políticos que no lograron parar la tragedia y las ideologías que llevaron a la barbarie a sociedades avanzadas provocaron la desconfianza en la propia civilización humana. También saltó la suspicacia sobre muchas reglas a las que se ajustaban los gobiernos, a veces agresivos, otras altaneros, con frecuencia a espaldas de los ciudadanos, por mucho que invocaran al pueblo como respaldo de legitimidad. Los Estados-nación, la fórmula imperante, no desaparecerían, pero quedaban cuestionados algunos principios que los habían alentado. Una de las principales consecuencias ideológicas fue que quedaron totalmente desprestigiados el fascismo y el nazismo, los cuales habían movido masas y provocado la tragedia. Lo mismo sucedió con el militarismo autoritario de Japón. Dejaron de ser alternativas y su reivindicación podía identificarse posteriormente como una indecencia. La derrota militar fue el final de estas ideologías. El fenómeno no tenía precedentes. Se generalizó el deseo de que nunca se produjera otra catástrofe como la Segunda Guerra Mundial, y el ansia de evitarlo justificó medidas y alentó proyectos.

Como consecuencia de la conflagración, cambiaron radicalmente las relaciones internacionales. Terminó el dominio político de Europa sobre gran parte del mundo, un ciclo que duró casi cuatro siglos. Pasaba a ser cosa del pasado un sistema internacional basado en el equilibrio de poder entre las potencias europeas, y nacía uno nuevo, dominado por las dos superpotencias —Estados Unidos y la Unión Soviética—. Las antiguas potencias europeas quedaban desplazadas, pues no tomaban ya las principales decisiones.

En ese contexto estalló la Guerra Fría, poco después de terminar el conflicto mundial. Antes se habían tomado decisiones para abrir una era de paz. Algunas estuvieron mediatizadas por la contienda, pero formaron parte de la nueva época.

La organización de la paz

Desde que la guerra se mundializó, las tres potencias aliadas —Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética— entablaron conversaciones con el objetivo de coordinar sus esfuerzos bélicos y preparar la paz que llegaría tras la derrota nazi, algo que se debía conseguir sin ningún acuerdo con los enemigos, tal y como se estableció desde el primer momento. Entre 1941 y 1945 hubo catorce conferencias internacionales de este tipo, a las que habría que añadir reuniones bilaterales (Churchill con Roosevelt, Churchill con Stalin). En conjunto establecieron principios sobre los que se quería organizar la paz y proyectaron políticas e instituciones que resultaron básicas durante la Guerra Fría. 

Hubo que tomar decisiones políticas y económicas. Estas últimas concernieron fundamentalmente a los países occidentales —la dinámica soviética fue muy distinta—, aunque algunos organismos financieros alcanzaron importancia para todo el mundo. 

Las decisiones fueron tomadas por las tres potencias mencionadas, sin posteriores modificaciones significativas por parte de otros países, los cuales tuvieron que asumirlas. Se diseñaron para la paz, pero algunas estuvieron condicionadas por la guerra. Combinaban la necesidad de mantener el esfuerzo bélico, principios ideológicos y algunas exigencias de sus promotores. En conjunto, reflejaban la nueva relación de fuerzas que se gestaba durante la Segunda Guerra Mundial. 

La Carta del Atlántico, de agosto de 1941, fue el punto de partida. Se acordó en una reunión entre Churchill y Roosevelt —en un barco, frente a las costas de Terranova— antes de la entrada de Estados Unidos en la guerra. No era un tratado, sino la proclamación de unos principios comunes que tuvieron influencia posterior. Afirmaba la necesidad de un nuevo sistema de seguridad colectiva, que presagiaba la Organización de Naciones Unidas. En la declaración, muy genérica, se encuentran postulados idealistas similares a los 14 puntos de Wilson, tales como la renuncia a ocupaciones territoriales, el llamamiento a la autodeterminación, la libertad de navegación o la necesidad de una colaboración internacional para el progreso económico, social y laboral. 

Las sucesivas conferencias fueron esbozando la paz que seguiría al enfrentamiento, pero dos fueron decisivas: las de Yalta y Potsdam, ambas celebradas en 1945, en febrero y en agosto respectivamente. Las separaron solo unos meses, pero las circunstancias fueron muy distintas. 

En febrero de 1945 se reunieron en Yalta (Crimea) los tres líderes: Churchill, primer ministro británico, Roosevelt, presidente de Estados Unidos, y Stalin, que sin el título de jefe de Estado de la URSS hacía las veces de tal. Los aliados vislumbraban la victoria, pero la guerra continuaba. Los avances soviéticos habían ocupado buena parte de la Europa oriental y central, logrando la primacía bélica y gran influencia de los partidos comunistas en la zona. Aun así, reinaba un clima de confianza. Los tres líderes llegaron con sus propios objetivos, sin una postura común entre Roosevelt y Churchill, pese a sus frecuentes contactos. 

Stalin buscaba afianzar a la Unión Soviética, que había sido cuestionada desde su nacimiento. Quería mantener los territorios ocupados durante la crisis bélica (la parte oriental de Polonia que le había otorgado el pacto con Hitler y los países bálticos, que invadió en 1940 con la cobertura del mismo acuerdo), así como un cordón de seguridad, formado por los países limítrofes, que quedarían en su esfera de influencia.

Historia del Presente

Historia del presente: de la Guerra Fría al mundo de hoy

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Estados Unidos tenía el objetivo de lograr la colaboración de la Unión Soviética en su guerra con Japón, además del compromiso de desarrollar un nuevo sistema de seguridad. Para Roosevelt resultaba imprescindible el entendimiento con la URSS para organizar el mundo de la posguerra. 

A Churchill, por su parte, le preocupaba el orden europeo que saliese de la guerra. Siguiendo los criterios tradicionales de la diplomacia británica, creía que era fundamental un equilibrio continental, y por tanto para contrarrestar el poder que estaba alcanzando la Unión Soviética, proponía dar a Francia la consideración de potencia, pese a su papel secundario durante la guerra. 

En agosto de 1945, la reunión de Potsdam, junto a Berlín, fue muy diferente. Había terminado la guerra en Europa y comenzaban las suspicacias entre los vencedores, pues sus intereses políticos no coincidían. Asistió Stalin, pero sus interlocutores habían cambiado. Roosevelt había fallecido y Churchill perdió las elecciones. Sus sucesores, Truman y Attlee, tenían menos experiencia exterior y estaban volcados en los problemas internos de la posguerra. 

Las expectativas cambiaron entre febrero y agosto, pero se pueden resumir las decisiones tomadas en Yalta y Potsdam. 

Se fundó la Organización de Naciones Unidas, para lo que se convocó la Conferencia de San Francisco. 

Alemania quedó dividida en cuatro zonas, repartidas entre gobiernos militares de las que se consideraron las potencias vencedoras de la guerra: la Unión Soviética, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, incorporada así al protagonismo internacional. Berlín quedaba dentro de la zona soviética, pero también sería repartida entre las cuatro potencias. 

La defensa de Polonia había sido la causa inmediata de la guerra, pero no se restableció su situación anterior. Quedó reconocida la ocupación soviética de su parte oriental y, como compensación, recibió la región limítrofe de Alemania y parte de lo que había sido la Prusia Oriental (Rusia obtuvo el este de esta región, con la que no tiene continuidad territorial). Polonia quedaba desplazada unos doscientos kilómetros hacia el oeste en sus dos fronteras. Esto implicó, a su vez, el trasvase de unos tres millones de polacos y otros tantos alemanes. 

La Unión Soviética declaró la guerra a Japón. A cambio recibía las islas Kuriles y la parte meridional de la isla de Sajalín, entre otras concesiones. No llegó a entrar en la guerra del Pacífico por la inmediata rendición de Japón (las bombas atómicas fueron arrojadas unos días después de Potsdam), pero sí se llevó a cabo esa ocupación territorial. 

No quedó definido el régimen político a establecer en Europa Central y Oriental, que fue objeto de un ambiguo compromiso de establecer regímenes democráticos. Sin precisar la definición de la democracia, el desarrollo político de la Europa ocupada por la Unión Soviética quedaba al criterio de la potencia ocupante. Su ascendencia en la zona había quedado reconocida de forma imprecisa por un acuerdo informal entre Stalin y Churchill, que dividía Europa en esferas de influencia.

Las medidas políticas eran fruto de las nuevas relaciones de fuerza entre las potencias y de las cautelas sobre los equilibrios europeos, junto a principios idealistas que hablaban del autogobierno de los pueblos como principio rector y de un mecanismo de seguridad que evitase la guerra, en consonancia con el temor generalizado a la repetición de una tragedia comparable a la Segunda Guerra Mundial. Churchill quiso restablecer principios clásicos del ordenamiento europeo, pero el transcurso de las conferencias evidenció que la evolución de Europa y de sus dominios coloniales quedaban al albur de las dos nuevas superpotencias. El poder internacional había cambiado de manos. 

Hubo también previsiones económicas, con particular importancia para el mundo occidental. Desarrollaban las tesis norteamericanas, que ya en 1944 sostenían que la estabilidad internacional exigía nuevas condiciones socioeconómicas, paralelas a las medidas políticas. Buscaban evitar un marasmo económico como el de las décadas anteriores. Asimismo, entendían que habían sido fatales los proteccionismos y que por tanto resultaba necesario volver al librecambio y generalizarlo, procediendo a derrumbar barreras arancelarias. La superación de las agresividades económicas nacionalistas se convirtió en el objetivo de los países occidentales. 

En la conferencia de Bretton Woods (New Hamsphire, Estados Unidos, julio de 1944) se fijaron reglas comerciales e industriales, desarrollando las nociones de mercados abiertos e institucionalizando normas para los intercambios comerciales. También se creó el Fondo Monetario Internacional para evitar desajustes monetarios, y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo, que ayudaría a las economías de posguerra, embrión del Banco Mundial. Se fijó el patrón oro y el dólar se convirtió en la principal referencia del nuevo orden financiero. Los acuerdos no fueron ratificados por la Unión Soviética, ni tampoco, en su momento, por los países del área comunista.

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